Oficialmente teníamos domicilio en la calle Ruiz Tagle, pero creo que nuestro mundo estaba detrás de ese portón que se abría hacia la calle Federico Reich. A nuestra llegada al barrio, en esa calle vivían varios cabros chicos como de mi edad.

Pedrito y Anamaría practicando el swing en el portón de salida a Federico Reich
En un principio mi hermanita no se metía mucho con ellos porque no habían niñas, su yunta era la Lucía, nuestra vecina. En cambio yo me hice amigo de un buen lote de ellos. Estaban: el Hernán y el ''Menyo'' (creo que se llamaba Patricio) Madariaga, casi frente al portón en la casa que pocos años más tarde fue domicilio de la familia Paredes; recuerdo claramente a esos dos hermanos que eran unos pequeños bandidos, no maldadosos sino traviesos. Cuando el ''Menyo'' hizo su Primera Comunión decía de él mismo que era el diablo vendiendo cruces. Al lado sur de ellos vivían el ''Tano'' y la ''Pacha'', dos casas más allá el ''Murruco'' y en la esquina de Coronel Souper, el ''Pollo'', que era un poco menor y nunca fue muy querido en el grupo. Hacia el norte no había niños, pero a veces nos juntábamos con un adulto joven, el ''Dari'', bueno para contar bromas e historias increíbles. En seguida vivía un joven trisómico llamado Sergio.
Al lado Sur de nuestra casa hasta Coronel Souper había un gran garage, que llamábamos la ''carrocería'' cuidada por una modesta familia que tenía su casita pegada a la muralla de Federico Reich, pero para tener acceso a ella había que salir o entrar por un portón. Recuerdo que la señora bastante joven, se ponía a lavar ropa en una arteza y mientras escobillaba y estrujaba sin descanso, cantaba con muy buena voz el ''Chiu-chiu'', ''Río, Río'', ''el Tortillero'' y otras canciones tradicionales.
Por Ruiz Tagle hacia el norte, después de los Céspedes llegó a vivir la familia de don Sergio Rodríguez, quien con su esposa, la señora María, fueron los padrinos de Jaimito, hoy conocido como el Gran Don Mejai. Antes de ellos hubo otra familia, pero a penas me acuerdo de una de las damas que habitaban ahí, era la señorita Orieta, que vivía con su mamá y una hermana parece, pero no estoy seguro.
Después de los Rodríguez había un sitio eriazo donde se instaló una familia muy pobre de apellido Palomino, la Guacolda era la mayor de las hijas, una gorda simpática y bonachona de unos 18 a 20 años de edad, buena pa' la talla y pa' los combos, con una risa ronca y pegajosa que calzaba con su personalidad. Tenían por casa una mediagua que pronto quedó oculta por una muralla de cemento, dejando una puerta estrecha colindante con los Rodríguez. El sitio de los Palomino era en la punta de diamante que formaban Ruiz-Tagle y Federico Reich a partir de la calle Thompson.
Toda la cuadra del frente, desde Thompson hasta Cinco de Abril, estaba ocupada por la fábrica de cordeles, propiedad de los Reich, que no ofrecía ningún aporte estético al sector. Los muros altos de ladrillos desnudos con ventanas a 10 metros del suelo y rejas de alambre, eran la antítesis de la ''Oda a la Alegría''. Me parece haber alcanzado a conocer a don Federico Reich, un viejito de bigote blanco, ejemplar típico del caballero de la clase acomodada del siglo XIX. A lo Mejor ví solo su foto y mi imaginación me hace verlo moviéndose.
Cuando cumplí los 7 años mi mamá hizo una fiesta con torta de biscochuelo y hartos cabros chicos invitados. Entonces tomó la precaución de anotar los nombres de mis mejores amigos y el primero de la lista es Jaime Sánchez. No recuerdo cómo ni cuándo nos hicimos compinches, él vivía en General Velásquez esquina de Ecuador, a varias cuadras de distancia, sus padres nunca fueron muy cercanos a nuestro clan, pero ese año con mi "cumpa" ya éramos yunta.
Tranvía Alameda
De día el barrio era casi rural. La Alameda era con álamos y prados atravesando Santiago de Este a Oeste hasta Las Rejas, con un tranvía parecido al de San Francisco, California. Por la calle pasaban carretelas con caballos cargadas con verduras, frutas y legumbres producidas en las tierras agrícolas cercanas. A dos cuadras de la casa se encontraba la lechería con un gran bebedero para los caballos delante de la puerta, adentro se abría un inmenso patio donde se estacionaban numerosas carretelas y algunos camiones. La lechería ocupaba toda la esquina de Jotabeche con la Alameda colindando con la catedral evangélica que todavía existe. Esos eran los límites del barrio en mi mente infantil.
Por encima de la casa circulaban ruidosamente los aviones hacia y desde el aeropuerto de Los Cerrillos, que no se encontraba muy lejos. Allá me llevaba en su auto cuadrado el tío Enrique (otro hermano del abuelo David muy buena tela) cuando me dio la tos convulsiva. Se suponía que era bueno para que tomara aire puro.
De noche, todo cambiaba convirtiéndose en un suburbio casi siniestro. El alumbrado público era escaso y deficiente, con unos faroles de luz amarillenta producido por ampolletas de tungsteno frecuentemente agotadas o destruidas. Yo notaba que los adultos se encerraban temprano, temerosos de ser asaltados en esas calles oscuras, mientras las parejas de enamorados aprovechaban la oscuridad para dejarse llevar en sus apasionados entreveros. Algunos se atrevían hasta a cometer el "pecado de la carne", como decía el curita en la misa dominical. Como yo que era un mocoso inocente, creía que se trataba simplemente de algo así como comerse un bistoco de vacuno un día Viernes Santo y no hacía la relación entre la prédica y las actividades lascivas de las parejas en la sombría vía pública.
Las parejas se instalaban una al lado de la otra apoyadas en la muralla, era como un estacionamiento de supermercado, pero humano, especialmente en la cuadra que ocupaba la ''carrocería''. Esto escandalizaba a los adultos que a veces hablaban de llamar a Carabineros para combatir el ''mal ejemplo''. Pero lo que más daba temor eran los ''cogoteros'' y ladrones que a veces se introducían en las casas por los muros de los patios, fáciles de escalar.
Nosotros, pergenios, más bien le temíamos al "viejo del saco", que se llevaba a los niños para comérselos. A propósito, en Papudo a este personaje siniestro le llamaban "el cesante" y los cabros chicos le tenían mucho miedo. La primera vez que escuché la palabra no sabía su significado y me daba la impresón de que cesante era algo así como jadeante y me imaginaba un hombre sucio de barba negra que respiraba ruidosamente.
Dentro de la casa hubo cambios repentinos. Un día apareció el tío Januario, hermano de mi abuelo, con serrucho, martillo y metro en ristre y se puso a construir la puerta de separación entre el pasillo y la terraza, pintándola de un color azul verdoso que era como un disonancia moderna en un canto medieval. No había ninguna otra parte de la casa de ese color, ni que combinara con él. Creo que el abuelo David encontró esa pintura regalada o ya la tenía de antes, porque todos sabemos que contaba billetes y moneditas con bastante cariño, y que me perdone desde el ''otro lado'' si cuento esta pequeña verdad.
Después de ese episodio nunca más vi al tío Januario...
Otro personaje que aperece en ese tiempo es el ''Vacuna'', quien tenía como oficio el poner vidrios. Era un viejo de ojos grandes como huevo frito que se le veían más enormes con sus gruesos lentes de presbita. Hablaba con voz cavernosa como si tuviese sueltas las cuerdas vocales, debe haber echado humo como locomotora del Far West. Él le puso los vidrios a la puerta que hizo el tío Januario.
Creo que describir el interior de la casa y los cambios que fueron produciéndose, da para otro artículo que les propongo para una próxima entrega. Me queda mucho tema y no logro despegar de los años 1950-52.
Entonces, si nadie se opone, sigo otro día.
Escrito por don Yope