domingo, 24 de febrero de 2008

Qué tiempo feliz... Segunda !!! como dijo la zamba.

El trencito a Papudo... los recuerdos se atropellan en mi memoria cuando pienso en la aventura que significaba ir a Papudo en esos tiempos. Es como saborear de nuevo los huevitos duros y los ''sanguchitos'' que llevábamos para el camino.


Por lo menos con mi viejo éramos discretos y esperábamos tomar la combinación en Calera para sacar el cocaví, porque en la estación Mapocho había que tomar el tren a Valparaíso primero. Partía a las 7:45 y en cuanto el inspector tocaba el pito para anunciar la partida, los pasajeros de esos carros segunda clase sacaban botellas de vino o de bebidas gaseosas, pasteles, pollo fiambre, perniles y arrollados... para el camino... y se los engullían antes de llegar a Las Chilcas !!!

De ahí para adelante compraban cuanta lesera pasaban ofreciendo los vendedores: merengues, sustancias, tortas de Curacaví, charqui de caballo, queso de cabra y alfajores eran lo más frecuente. Y entre vendedor y vendedor se instalaba un cieguito y su hija, que eran ya famosos, a cantar y tocar la guitarra o el acordeón. Como eran realmente buenos, llenaban el sombrero de chauchas y hasta de monedas de un peso. Seguramente que en los carros de primera clase les darían billetes, porque en el que viajábamos nosotros eran pocos los que tenían más que ''molido'' en los bolsillos.



Antes de la primera parada que era en Llay-llay, porque el expreso no se detenía en estaciones chicas, pasaba el inspector con una especie de alicate haciéndoles unas muescas a los boletos que eran de cartón grueso y duro de 3X5 cm, algo así como los billetes de los Picapiedra. Si hasta me acuerdo de su cara redonda con un bigote grueso que le escondía la boca, me miraba y me hacía poner de pie para ver si no era demasiado pailón como para pagar medio boleto no más; es que mi viejo tenía que ser económico para poder darse el lujo de veranear. Como a las diez de la mañana se llegaba a Calera y había que cambiarse de tren, éste era de trocha angosta con carros que tenían destinaciones diversas: unos iban a Los Vilos, otros a La Ligua o hasta La Serena; y los que iban a Papudo no sumaban más de tres, a veces eran unos carros mixtos de primera y tercera clase. Evidentemente que nosotros viajábamos en tercera, en unos asientos de palos atravesados que le dejaban el trasero con callos a los pasajeros que no se paraban de vez en cuando.


Para mí empezaba la parte más linda del viaje. Más vendedores y más cantores, era admirable el sentido del equilibrio que tenían, el balanceo de los carros constituía un verdadero desafío para cualquiera que pretendiera realizar cualquier desplazamiento sin afirmarse. Para mí la prueba más difícil era ir al baño y apuntarle a la taza sin rociar los bordes o mi pantalón.
El traqueteo rítmico del pat'e fierro, los resoplidos de la locomotora a vapor y sus pitazos eran música en mis oídos. Pasando la estación El Melón el trencito comenzaba el difícil ascenso de la cuesta del mismo nombre haciendo zig-zags, como queriendo devolverse. La marcha era tan lenta que algunos se bajaban para caminar o trotar al lado de los vagones. El panorama era de una belleza salvaje y con distintos tonos de verde, como los ''Paisajes de Catamarca'', las quebradas profundas llenas de árboles y matorrales densos que me hacían soñar con selvas vírgenes y animales exóticos. Y así, con gran esfuerzo la pobre locomotora llegaba por fin al túnel de Palos Quemados. La mitad del túnel, de un total de casi un kilómetro de largo, era de subida y en el medio se producía una especie de despertar que anunciaba que empezábamos a bajar, pero antes de emprender alegremente la bajada de la cuesta hacia Catapilco, el convoy se detenía para respirar un poco. Parece que la parada era para abastecer en agua la extenuada locomotora.


Luego partíamos con más energía, pasando por Catapilco y Rayado que era simplemente una parada donde el tren hacía un cambio de locomotora y le entregaba a otra máquina los carros que iban para otro lado. Pero lo más extraordinario era un pastel de choclo que vendían en Rayado, hecho en masa de empanadas, tenía forma cuadrada y en cada esquina sobraba una punta de esa masa deliciosa. La viejita que los vendía no daba abasto, en cinco minutos se le vaciaba el canasto y quedaba prometiendo más para la vuelta. La gente le compraba por las ventanas estirando el brazo y ella pasaba su obra de arte culinario en una servilleta de papel. La fragancia de ese pastel de choclo se fijó en mi memoria y lo reconocería sin equivocarme en cualquier parte del mundo... ¡Y mi viejo lo combinaba con una Papaya Rubio!...


Después del banquete seguían las golosinas y los aromas de cada estación; en Quínquimo siempre había una mezcla de eucalipto con asado a la parrilla que nos volvía a abrir el apetito, además vendían unos sandwichs de arrollado en pan amasado irresistibles.


Cuando el pito del tren sonaba en Agua Salada era el anuncio del fin del viaje. El mar se veía solamente casi al llegar a la estación de Papudo, que se encontraba en la entrada de un bosque de eucaliptos y cercada por una muralla de cedros. Ahí me despedía de ese tren y su locomotora que parecía responderme con su respiración de vapor. En ese entonces me habría gustado ser maquinista, pero de locomotoras a vapor, de esas que echaban humo y parecían jadear como si estuvieran vivas.
(...Y continuará también)

viernes, 22 de febrero de 2008

Vegui don Rorro...


A través de esta humilde tribuna quisiera brindar un pequeño homenaje y reconocimiento a los logros de Rorrito y su banda, Sinergia, que hoy de madrugada nos hicieron vibrar y emocionar con su triunfo en la Quinta Vergara.

Esta situación me hizo rememorar cuando don Yope salió en la tele, en blanco y negro por supuesto y a don Jota le corrían los riales y se le empañaban las lentejas de pura emoción. Habíamos pensado con don Mejai juntarnos para ver a Sinergia y llorar juntos, pero no se pudo...

Hoy por la mañana, todavía con los ojos entelados por la trasnochada vi como entrevistaban a esos padres orgullosos. Bien madam !!! Bien por don Yoyo !!!
Congratulaciones don Rorro!!!






viernes, 8 de febrero de 2008

''Cantar es lindo deleite, mucho mejor con guitarra''

''Cantar es lindo deleite, mucho mejor con guitarra'' dice Violeta. Ese era el gusto de Don Pedro y yo, el Pello, andaba por ahí con las orejas bien abiertas tratando de memorizar canciones, refranes, dichos e historias, porque presentía que un día eso me iba a inspirar. Primero quería componer sinfonías como Beethoven, pero el objetivo estaba demasiado arriba y para llegar a ello se necesitaba además de ser genio y prodigio (virtudes que no tengo), mucha dedicación y trabajo, sin garantías de éxito aceptable. Por eso opté poco a poco por la vida más simple y variada. Todo me intrigaba y por suerte tenía mi pedagogo particular: mi taita. Una mezcla de hombre rústico y refinado, de simple y erudito; era el pastor de cabras que había llegado hasta la universidad sin recursos financieros, haciéndole empeño casi solo. Un año de medicina veterinaria alcanzó a terminar, después no sé qué lo hizo abandonar los estudios, lo cierto es que no me lo imagino de otra manera que artista como era y autodidacta en todo lo que podía aprender. Hablaba y leía en inglés sin haber tomado cursos, le gustaba experimentar en física y química. Fabricaba jabón, pilas eléctricas, papel de un tipo especial, hacía fotograbados, creaba aparatos, desarrollaba fotografías y un lote de inventos que soñaba comercializar, sin contar los experimentos que no le resultaban. Entonces me pregunto: de dónde más podríamos haber sacado las inquietudes que nos caracterizan a mi hermano y a mí. Y como a don Pedro se le hacía cuesta arriba cobrar por sus trabajos a nosotros también nos cuesta tener fortuna. Pero somos afortunados de adentro y de cariño, con un mopri que vibra en la misma onda y que nos da la ocasión de expresar estas dulces nostalgias.
Escrito por don Yope

jueves, 7 de febrero de 2008

Que tiempo feliz el de la niñez...

Papudo aparece en mi memoria casi simultáneamente con mi uso de razón. ''Me veo chango en patio jugar'', dice la zamba. Los cerros, las quebradas, la playa, los roqueríos, el golf... Eran mis inmensos terrenos de juego y con los cabros Encina inventábamos cada aventura que hasta al Indiana Jones le quedaría como poncho. Desde que nos conocimos fuimos compinches y nos quisimos como hermanos. Cuando empiezo a recordar retrocedo hasta ese verano en que mi viejo me llevó en tren y nos alojamos en El Parrón, al lado de Don Rola. Una mañana fuimos a pasear al golf que tenía la entrada casi al frente de donde nos alojábamos. Entramos por un camino de media cuadra de largo entre dos filas de aromos hasta llegar a la partida de lo que era el hoyo 1, hoy es el 18, pero era dos veces más largo. Esa cancha servía de pista de aterrizaje para las avionetas de los ricachones que llegaban a veranear y se paseaban entre Santiago y los diferentes balnearios del país. Al lado de la partida había una casucha desde donde apareció el viejo Miguel y nos metió conversa y me regaló un fierro 4 con el mango de madera cortado para ser usado por un pergenio como yo. Los viejos agarraron papa conversando y se dieron cita en El Parrón para el anochecer. Conversaron de lo humano y de lo divino delante de unas botellas de tinto que fueron vaciando con parsimonia. Ahí supe que los dos eran de temer para los combos y entre salud y salud se fue sellando una amistad que hasta hoy tiene felices consecuencias. Al otro día nos cambiamos a la casa de los vecinos de los Encina que estaba desocupada y que ellos tenían por misión de cuidar. Esa misma noche mi viejo se dio a conocer como cantor y guitarrero y casi se amaneció cantando los éxitos románticos del momento. Pero a mí lo que más me gustó fue Paisajes de Catamarca, entonces me dieron las ganas de tocar guitarra yo también, pero como tenía los dedos chicos y la guitarra de mi taita era re dura no me resultó ningún intento para sacarle algo con sentido musical. Así empezó mi cariño por Papudo. Durante el día íbamos a caminar, vagabundeando por los cerros, la Quebrada del Francés, el Monte Oscuro... y todos esos lugares que nos llenaban el alma de poesía y sueños. La noche sin electricidad se llenaba de estrellas donde reinaban Las Tres Marías (Orión) y las Nubes de Magallanes. Entre los ladridos interminables de los perros escuchábamos los grillos, las lechuzas y los zorros que se internaban en el pueblo para apoderarse de alguna gallina mal protegida. Hoy disfruto esos recuerdos y trato de compartirlos con ustedes y con quien pueda leer esta página. Y como dice la zamba ''qué tiempo feliz el de la niñez, penay yo no sé para qué pasará. Palabrita e' Dios que dan gana 'e llorar de solo pensar que no volverá''... Pero yo sigo teniendo lindos sueños evocando aquellos tiempos. (continuará)

Escrito por don Yope

San Pablo 2322

Y bueno, aquí estoy yo, el más jovie de los mopris. Como soy el más antiguo me permito empezar recordando mi primera infancia, cuando ustedes aun no eran habitantes de este planeta.

La casona en segundo piso de San Pablo 2322, y el abuelo David que llega a la hora de almuerzo lanzando una especie de silbido para anunciarse. Era un sonido producido con un soplido entre los dientes, la lengua y el labio inferior, que lo podría representar en música aproximadamente por cinco impulsos que podrían ser las notas: do...do,do, do,la (negra, dos corcheas y dos corcheas). Luego aparece mi viejita: la Tita. Siempre con un trapero u otro instrumento doméstico propio de su condición femenina. No la recuerdo joven descansando. Pero con su corazón del porte de un buque, sirviendo a todo el mundo. Y mi viejo...Con la guitarra en los brazos o un grueso libro en la mano, soñando con hacer un safari en el Serengueti para convivir con los Masais y los Watusi. De la abuela Ana tengo solo recuerdos grises, siempre enferma, quedándose poco a poco inválida.En seguida aprecen los tíos. Buenos pa' la talla, para pasarlo bien y querendones. Cada uno con su personalidad bien propia: uno manejando micro, otro viajando en tren, este otro tocando ''bugui-bugui'' en el piano y el otro medio alejado viviendo en Valpo.Y ahí está mi hermana en la camita que antes fuera mía y que nos sirvió de lecho a los tres hermanos. Mis recuerdos empiezan ahí. El resto de la historia la iremos contando entre los tres mopris.
Escrito por don Yope