La verdad es que este artículo lo tenía preparado en el computador antiguo, que se fue al cementerio con disco duro y todo, no pudiendo salvar gran cosa del Outlook Express, donde lo tenía guardado… Después se hizo un poco cuesta arriba volver a escribirlo por falta de tiempo.
Empezaré mi relato con nuestro paso, de don Mejai y yo, por Papudo. No es que haya sido lo más importante, sino que casi lo primero que hice.
Nos fuimos de Santiago a Papudo de noche, así que no vimos gran cosa del camino. Primero nos dejamos caer donde mi tocayo Pedro Encina, conocido cuando niño como El Pelao. Nos recibieron con los brazos abiertos él y su señora. Conversamos su buen poco, a pesar de la hora, y nos fuimos bastante tarde a la Residencial La Plaza, donde habíamos reservado alojamiento, antes de que nos dejaran afuera.
Cuando la gente llega de paseo a Papudo lo primero que hace es ir a pisar la arenita de la playa, pero nosotros preferimos ir a visitar a nuestros queridos amigos de la infancia: al Tito con la Martita, a la Palmira con la Erna , al Miguel y por el camino fuimos encontrando al "Guatón" Manuel y varios otros que se alegraron de vernos tanto como nosotros a ellos.
Después le acepté el desafío a mi hermano de ir a jugar unos hoyos al club de golf, seguro de que me iba a dar la "tolola" de nuevo, pero yo estaba relajado y don Mejai se anduvo "trapicando" con los nervios, producto seguramente de su prestigio de ganador de la vez anterior. Empezó a darle coscachos a la pelota y a salirse de la cancha, pero como tiene buen genio -eso dicen- en ningún momento se mostró frustrado y tomó su juego con buen humor, dejándome saborear mi triunfo como buen hermano. Creo que él no soportó la presión del público - había un montón de queltehues que nos observaban con ojos de experto - además estaban los periodistas – él mismo y yo - que posteriormente escribirían los pormenores de la contienda en este blog con alcances mediáticos internacionales.
Un par de días después tuvimos el honor de participar en un torneo de la prestigiosa Liga Papudana y creo que nos desenvolvimos honorablemente. Ahí me di el gusto de aforrarle medio a medio un pelotazo a la piedra del Gran Mastín que siempre me traumatizó como obstáculo en el hoyo 4. Tuve el placer de tener como compañera de equipo a la mismísima Palmira Encina, que no dijo ni pío cuando eché a perder el escore con varias pifias en que hice rodar la pelota apenas un par de pasos, o cayéndome a los bunkers de donde no siempre salía de manera magistral.
En otro momento también cumplimos un tanto a la carrera, con algo que habíamos anunciado: ir a la quebrada del Tigre. En realidad ese sector es conocido por los papudanos como Las Bellotas Largas. Nos guió mi tocayo Pedro Encina. Ir a ese lugar en su compañía fue de un agrado indescriptible. Fue revivir esos años de mi ‘’linda juventud’’ (título de una de mis canciones) y de su infancia - porque era bastante menor que yo - en que partíamos a la aventura con la honda, mi primera cámara fotografica - que ni siquiera era realmente mía, sino de mi hermana - alguno de los perros y un pan amasado en bolsillo; comiendo cóguiles o berros, tomando agua de vertiente y jugando con palos y piedras. Yo ya era chiflado por los planetas, la luna y las estrellas, pero también me interesaban las plantas y los animales, así que nuestras conversaciones trataban de esos temas, que igualmente interesaban a mi compeñero de excursiones. Y no era una relación de un grandote medio culto que se las daba de sabio con un mocoso poco instruido, sino un intercambio de opiniones sincero sin pretenciones de "sabelotodo", entre dos personas que amaban la naturaleza, porque yo iba igualmente aprendiendo de él : nombres de plantas, insectos y pajaritos, maneras de lanzar piedras con eficacia y muchas otras cosas que él sabía mejor que yo por vivir más cerca de la naturaleza. Siempre fue para mi tremendamente placentera la compañía de mi tocayo y un orgullo su sincera amistad.
Otra parte de nuestro breve paso por Papudo fueron los encuentros con los otros "cabros" Encina. Siempre es muy requete grato conversar con el Tito y su familia, con el "Guatón" Manuel o el "Feo" Miguel. Para mí los Encina son como verdaderos hermanos con quienes crecí siempre en armonía. Son inolvidables las aventuras contadas por el Miguel, de cuando estudiaba en San Felipe, del servicio militar, de su trabajo en Andes-Mar-Bus, de las salidas a cazar, en fin, de lo que hable Miguel es entretenido y las horas parecen minutos en su amena compañía. Con el Tito y su familia tampoco se pasan penas. Pareciera que con ellos la vida fuese una simpática chacota; las penas se vuelven dulces y las risas son el condimento normal de todos nuestros encuentros. Hablamos de caza, pesca, golf y otros deportes; recordamos con emoción y cariño a nuestros viejitos ausentes, sus anécdotas y lo que nos legaron. Algunas veces gozamos hasta tener dolor de guata contando chistes. Cuando está presente el "Guatón" Manuel es aún más entretenido, porque que disfruta hasta casi las lágrimas cada broma que contamos y tiene una risa contagiosa que pareciera que estuviera llorando.
Con don Mejai también fuimos a la feria, donde tienen un kiosco de comidas el Miguel y María, su señora. Ahí nos servimos unas ricas empanadas caseras y mote con huesillos. Como siempre conversamos de múltiples temas y con la entretención el tiempo pasó volando quedando pendientes otras aventuras y cuentos para el próximo encuentro. Estuvimos también en la casa donde crecieron los trece hijos de don Miguel y la señora Juanita, que es donde viven actualmente la Palmira y la Erna. Allí, estas chiquillas sacaron de un cofre un millar de fotos de la época en que éramos pergenios hasta otras mucho más actuales.
Jaime y yo siempre tuvimos un especial aprecio por ese retrato donde esta todita la familia, la cual siempre ocupó un lugar privilegiado en alguna muralla del comedor. Vimos un montón de imágenes que alguna vez alguien tomó, algunas de mi cosecha, sin pensar en que estábamos registrando nuestra propia historia.
Este blog también está perpetuando nuestra historia. Por eso he escrito estas líneas que espero que sean apreciadas, no tanto por su calidad literaria, sino por el calor humano con que deseo revestirlas.
Por ahora hago una pausa aquí y me atrevo a pedirle a mi hermano que siga con un capítulo complementario, mientras preparo la segunda pata de esta visita a mi terruno. O sea que nuevamente digo como en las antiguas series del Okey o del Peneca: "continuará".
Escrito por don Yope