Sí, en el Río Grande, pero no en aquel que está en la frontera de México con ese país sin nombre al que algunos llaman América o USA. Se trata del Río Grande que nace en la cordillera de los Andes, provincia de Limarí, comuna de Montepatria y que baña en sus inicios una serie de poblados entre los que se cuentan Tulahuén y Carén, la tierra de mis antepasados Castillo, donde nació mi madre doña Fresia Estela Castillo Órdenes.
Allí en Carén y en el sector llamado Palermo, donde el abuelo Juan Elías tenía sus plantíos pasé parte de mi niñez cuando partí de Santiago a vivir con los abuelos. A pesar de no estar con mis padres tuve una infancia feliz, rodeado por los abuelos, tíos y tías las que me enseñaron a leer, me cuidaban y también me reprendían cuando me portaba mal, sobretodo cuando vagabundeando me caía a los canales y perdía las sandalias. Hay que pensar que por aquella época las sandalias eran de cuero y por consiguiente bastante caras, así que cuando eso sucedía era todo un problema por solucionar.
Mientras los tíos ayudaban al abuelo en las faenas del campo, las mujeres se dedicaban a las tareas del hogar, a cuidar las gallinas y en la preparación de los alimentos. Recuerdo vagamente - tenía apenas cinco años - ver a la abuela Carmela y las tías desgranando choclos para hacer humitas o talvez porotos granados y yo merodeando en busca de los gusanos de los choclos para jugar con ellos y regalárselos a las gallinas.
Al final de la tarde y término de las faenas acompañaba al tío Lucho Castillo pa'l bajo, pa'l río, pa'l Río Grande que en esa época lo veía inmenso y maravilloso. Era hora del baño reponedor donde mi función era cuidar la ropa de ese tío que con los años se convertiría en una especie padre, tío y amigo. Una persona que me entregó mucho de su sabiduría, sus conocimientos, su modo de ver la vida y que hoy seguramente su espíritu se encuentra navegando en otro plano existencial.
Cuando cumplí seis años nos fuimos de Carén a vivir en La Serena, donde comencé a vivir mi etapa escolar en el Colegio San Antonio de los padres franciscanos. Sólo volví a ver ese pueblo cuando tenía como diez años y la querida tía Adriana me llevó con ella. Esa etapa fue llena de paseos, juegos y aventuras por todos los rincones de Carén, íbamos pa'l bajo, nos bañábamos en el río, comíamos los corazones de las sandías, nueces, brevas y de un cuantuai que pilláramos por ahí. También íbamos a los tunales donde nos encaramábamos para lograr sacar ese sabroso y jugoso fruto. Por la noche venían las consecuencias ya que mi cuerpo estaba todo cubierto con esas "espinas", estaba afiebrado, sin poder dormir y allí estaba la tía Adriana tratando de calmar las molestias con algún unguento.
A fines de los años ochenta con el tío Lucho Castillo y mi primo Jaime Bórquez fuimos por el día a Carén. De alguna manera los convencí y partimos a reconocer esas tierras. Todavía el camino era de tierra y el tío nos mostró algunas construcciones de su época que aún estaban en pié. Allí nos encontramos con el famoso "Coralito"...
Antiguamente los viajes hacia los pueblos del interior eran en esta
clase de vehículos con cabina modificada para llevar más pasajeros
sentados en una especie de bancas precariamente acolchadas. Allí
viajaban los más pudientes ya que atrás, donde iba la carga, entre
cajones y sacos, íbamos lo que pagábamos una tarifa inferior. A los
"viejos" le gustaba decir que ellos se iban atrás, al "imperio"... y así
entre tumbos y curvas donde las ruedas traseras quedaban casi en el
aire, con la garganta llena de polvo y el pelo tieso llegábamos
finalmente a nuestro ansiado destino, el pueblo de Carén.
Ese río Grande, con su corriente cantarina, sus pozos y pozones construídos por los propios bañistas hacía mucho tiempo que me lanzaba sus cantos ancestrales para que nuevamente lo visitara, para que me hiciera presente en ese lugar mágico de la infancia, para que me mojara los pies en esas aguas.
Finalmente después de casi cincuenta años ese encuentro se pudo realizar durante este verano de 2013, aunque no fue fácil convencer a la familia de "perder" un día de playa para poder volver a ese lugar de tan hermosos recuerdos ...
Continuará