A la una de la tarde, si es que el tren llegaba a la hora, entrábamos en la estación de Papudo, pero antes de detenerse pasaba el inspector retirando los boletos, también pasaba a la carrera el vendedor de bebidas recogiendo las botellas; ése que como me lo recuerda don Topa, gritaba: "Maltabilypilsen", todo de corrido.
Abro un paréntesis. Esto me hace pensar en uno de estos vendedores que hacía el trayecto a Cartagena. Tenía unos modos tan finos que no podíamos evitar de dudar de su masculinidad; ofrecía sus bebidas con voz de flauta desafinada, como preguntando: "¿Petsicola, Orancrásss?". Y la gente le compraba con una sonrisita irónica. Cierro el paréntesis.
Nos bajábamos de ese tren que tanto se había esforzado para llevarnos hasta el nivel del mar y empezábamos nosotros a subir con las maletas a cuestas para llegar hasta la casa de los Encina, que se encontraba por allá arriba, donde el diablo perdió el poncho; y pensar que ahora están casi en el centro de la ciudad, sin haberse mudado. A veces mi viejo conseguía uno de esos sencillos papudanos que se ganaban unos pesos llevando maletas en una carretilla fabricada a mano, con una plataforma plana y un borde adelante para impedir que los bultos resbalaran.Tomábamos la "calle de Don Rola", respirando cortito por lo empinada que era la subida. Se pasaba delante de la "Residencial Hernández", donde nos alojábamos cuando íbamos en familia, antes de que mi mamá entrara en confianza con la mama Juana. Ahí, cuando yo estaba re chico, me mandé un condoro que todavía hace reir a mi hermana. Toda la familia lo gozó durante años, especialmente el tío Sergio, que parece que estaba presente. Resulta que a la hora del desayuno o del almuerzo, mi hermana que tendría dos o tres años, tuvo una urgencia biológica en el dormitorio y yo entré al comedor, que estaba lleno de veraneantes, gritando: "mamá, la Anamaría quiere caca". En esa época "caca" era palabra soez, había que decir "cacuca", también se decia el "popin" y todas las partes del cuerpo un tanto íntimas tenían su nombre "elegante". En esos tiempos lejanos, la calle al sur de Don Rola era la que limitaba las canchas de golf y en ella se encontraba El Parrón, a los pies de la residencial Hernández. Siguiendo el camino cuesta arriba, se pasaba delante de los restos calcinados del "Gran Hotel", que durante muchos años permaneció en ruinas. Recuerdo que aun olía a quemado; vigas, postes, palmeras y eucaliptos medio tostados parecían empeñados en recordar días gloriosos de lujo y opulencia, mientras una hermosa cerca de madera se esmeraba en impedir la pasada a los roteques. Seguíamos subiendo hasta llegar a la plaza. Entonces, mi taita decía al de la carretilla: "hasta aquí no más, amigo, el resto me la puedo solo... Cuánto le debo", y el hombre respondía: "lo que sea su cariño, pues". Mi viejo, que le gustaba ser generoso, sacaba unos billetes arrugados y le decía: "perdone lo poco,amigo". Al tipo se le desarrugaba el caracho y con una sonrisa de oreja a oreja daba las gracias; enseguida, agarraba la carretilla y corría cuesta abajo a ofrecer sus servicios a otros pasajeros que subían lentamente cargando sus bultos, porque en ese tiempo no había taxi, con suerte se podía conseguir carretela con caballos. También se veían carretas con bueyes, porque Papudo era agrícola y pesquero. Su vocación de balneario vino después, cuando se generalizó el servicio de alcantarillado. Cargando una maleta en cada mano mi taita emprendía de nuevo la marcha. Como yo era un pergenio de cuatro a cinco años, la única carga que era capaz de llevar era un bolso, de esos que se tercian desde el hombro, más mi propia humanidad. Las casas más arriba de la plaza se erigían como salpicadas entre los terrenos desocupados, muchos de ellos sin ningún límite visible. Atravesando esos sitios por senderos entre abundantes cardos, que a veces me rasguñaban las piernas a causa de mis pantalones cortos, o me clavaban las patas transpasando la tela de las alpargatas, o los agujeros de ventilación de las sandalias , llegábamos al fin a casa de los Encina, donde nos recibía con sincero regocijo la mama Juana, el taita Miguel, Humberto y la cabrería que ya sumaba como ocho hijos; entonces llegaba yo, pa' que no se sintieran tan solos. La playa, los cerros y el "golfo" ya eran destinos fijos pa' partir con el Miguel, el Tito y el Guatón en cuanto nos dieran permiso. Pero antes, mi viejo tenía que abrir las maletas, conteniendo regalos y abarrotes para que nuestra presencia no fuera una carga muy pesada. Aun tengo grabada en la memoria esa maleta de cuero color café. ¡Puchas que duró esa maleta! No recuerdo haberla visto destrozada por el uso. También tenía otra del mismo color, pero de material rígido, como metálico, con unas tremendas chapas.¿Vamos pa'l cerro, Pello?", me decían los cabros y yo miraba no más a mi viejo, que decía sí con la cabeza agregando: "sea prudente, hijo". La mama Juana agregaba: "aprovechen de traer leña pa' la cocina"...Y partíamos felices en busca de nuevas aventuras.
(...Quedo haciendo el punteo antes de la segunda )
Escrito por don Yope
5 comentarios:
Don Yope tuvo el privilegio de llegar primero al paraiso papudano. Recuerdo esa carretilla de madera, para llevar maletas, con una rudimentária rueda de fierro plano y rayos de metal grueso. Tengo la impresión que, por no haber aun muchas casas en el camino, ir de la estación a la casa de los Encina era "ahi no más". Hoy siento que es más lejos y, aunque no exista el tren, está una parte de lo que era la estación, transformada en restaurant ( ahi fué la fiesta del casorio del Jony Encina, re guena estuvo!). He hecho esa caminata y la encuentro más larga que antes. Claro que el simple acto de llegar a Papudo era entrar en un estado de eufória tal, de felicidad tan plena y constante, que esa adrenalina puede haber hecho el milagro de acercar esos dos puntos a distancia infima...
Recuerdo es maleta de cuero tambien. Estuvo años dando vuelta en la casa de Ruiz Tagle y despues, de tanta mudanza ( Ruiz Tagle, Maipu con Catedral, Villa Frei, Nuevo Amanecer...) quedó en algun lugar que no hago idea donde podria ser. La otra maleta que habla don Yope tambien está en mi memoria. Tenia unos broches tremendos de grandes,un metal alargado y luego redondo en el extremo, que se apretaban contra la estructura y cerraban a machete. Y tanvez don Yope recordará que en casa hubo, por mucho tiempo, una maleta de mimbre, que acostumbraba estar en la despensa, o pieza de empleada, en Ruiz Tagle, arriba de un mueble verde ( puede que haya sido de otro color, sepan que sufro de discromatopsia, algo parecido al daltonismo pero menos severo, y que lo tiene el 5% de los chilenos)
Don Yope vivió o, mejor diciendo, yo viví lo mismo que él pero años despues. Llegaba a la casa con mercaderia, deshacia la maleta y la mirada del Pelao me indicaba que el cerro seria nuestro primer destino. Y asi no más era.
No tengo en mi memoria esa carretilla tan artesanal, pero supongo que mis viejos la deben haber usado pa' poder llegar enteros a la casa de los Encina.
En ese tiempo se acostumbraba a usar maletas, y grandes !!! Me recuerdo de nuestra inmensa maleta de cuero café claro con dos correas gruesas que eran el seguro para que soportara la inmensa presión que ejercía la ropa de gran parte de la familia. Mi mamá le llevaba harta ropita a la niñas, lo que es yo poco y ná me cambiaba las pilchas. Me tenían que sacar a tirones la ropa pa' lavarla.
Ya que don Mejai nos habla de enfermedades crónicas como su "Discromatopsia", yo para no ser menos le digo que poseo una enfermedad crónica e incurable que se llama "Tinitus" y que es un soplido constante en el oído al cual hay que acostumbrarse no más...
Ya que estamos hablando de enfermedades incurables que nos afectan, aparte de lo telienca que somos los tres, yo también tengo mi tara. Para no ser menos, en mi última visita al optometrista me hizo comprobar que yo sufría de un leve daltonismo, que debe ser la misma guarifaifa que tiene don Mejai.
Claro que me acuerdo de la maleta de mimbre, del mueble verde y de un tremendo bolso de lona café con boca de cuero.
Hay una chorrera de objetos que irán siendo mencionados en nustros relatos. Capaz que don Topa nos salga con más de alguna nueva sorpresa conservando algún inuscitado artilugio,y con esa nostalgia feliz que nos caracteriza podamos un día tocar y acariciar de otra vez un semi olvidado cachureo que haya dejado su marca en nuestras vidas.
Correccion, yo me hice caquita en las Termas de Cauquenes, no en Papudo.Tambien me llevaron chiquitita a veranear al Hotel Moderno con la tia Teresa y familia... ¡ La tierra aun no se enfriaba!!Tamaly
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